He tenido una semana gloriosa, toda ella, consecuencia
de ser como soy. Yo tengo más que asumido como soy y desde luego no pretendo
cambiar, pero a veces se producen fricciones a la hora de interactuar con mis
semejantes.
Mi hija trajo el horario de clase y el nombre de los
profesores que tiene asignados para este curso. En el listado estaban Juan
Carlos, la señorita Oche, Oscar, la señorita Mari Jose, etc.. El martes hubo
una reunión con el tutor para conocernos y fijar parámetros. Como yo no sabía dónde
estaba el aula en el que era la reunión, me fui a secretaría y pregunte que
donde estaba la clase del señorito Juan Carlos. Se me quedaron mirando
extrañados y yo me vi en la necesidad de explicarme. Les conté que el lenguaje
que se emplea no es inocente y que denominar a las profesoras como señoritas es
machista y que además les quita autoridad. Les dije que la mejor manera de
verlo es usar ese término en el personal masculino. Ni que decir tiene que
prediqué en el desierto, su cara lo decía todo, ahora seguro que soy el papá
raro.
El lenguaje es machista y en nuestras manos está el que deje
de serlo. Pero lo primero para poner remedio es ser conscientes de que es así.
Años llevo viendo que al personal femenino se le denomina como señorita y al
personal masculino como don y no me había chocado conscientemente hasta este
año. Inconscientemente siempre, yo jamás he denominado a una profesora como
señorita.
Esta es una, pero me han pasado más cosas, lo que pasa es que no os las voy a contar. Solo deciros que a los amigos hay que aceptarles como son, no hay que enfadarse con ellos ni discutir, sobre todo cuando lo que han hecho ha sido sin mala intención y mostrando una particularidad de su carácter.
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