sábado, 24 de septiembre de 2016

El lenguaje.

He tenido una semana gloriosa, toda ella, consecuencia de ser como soy. Yo tengo más que asumido como soy y desde luego no pretendo cambiar, pero a veces se producen fricciones a la hora de interactuar con mis semejantes.

Mi hija trajo el horario de clase y el nombre de los profesores que tiene asignados para este curso. En el listado estaban Juan Carlos, la señorita Oche, Oscar, la señorita Mari Jose, etc.. El martes hubo una reunión con el tutor para conocernos y fijar parámetros. Como yo no sabía dónde estaba el aula en el que era la reunión, me fui a secretaría y pregunte que donde estaba la clase del señorito Juan Carlos. Se me quedaron mirando extrañados y yo me vi en la necesidad de explicarme. Les conté que el lenguaje que se emplea no es inocente y que denominar a las profesoras como señoritas es machista y que además les quita autoridad. Les dije que la mejor manera de verlo es usar ese término en el personal masculino. Ni que decir tiene que prediqué en el desierto, su cara lo decía todo, ahora seguro que soy el papá raro.


El lenguaje es machista y en nuestras manos está el que deje de serlo. Pero lo primero para poner remedio es ser conscientes de que es así. Años llevo viendo que al personal femenino se le denomina como señorita y al personal masculino como don y no me había chocado conscientemente hasta este año. Inconscientemente siempre, yo jamás he denominado a una profesora como señorita. 

Esta es una, pero me han pasado más cosas, lo que pasa es que no os las voy a contar. Solo deciros que a los amigos hay que aceptarles como son, no hay que enfadarse con ellos ni discutir, sobre todo cuando lo que han hecho ha sido sin mala intención y mostrando una particularidad de su carácter.

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